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Hombres buenos de ambos lados de la Guerra Civl

Oaracuellos del Jarama

Paracuellos del Jarama.

 

Hombres buenos de amos lados de la Guerra Civil

LOS HOMBRES BUENOS DE AMBOS LADOS DE LA GUERRA CIVIL

Kaura López-Ayllon

“Se llamaba a los presos por megafonía, se les ataban las manos y eran conducidos de dos en dos hacia la muerte”. Fue el anarquista Melchor Rodriguez, llamado luego “El angel rojo”, el que detuvo las “sacas”, y devolvió el orden a las cárceles de Madrid.

Fernando Berlin, que publicó un libro sobre estos hombres prologado por -Saramago, nos cuenta que, en general, los héroes de esta guerra fueron gente modesta que no dudo en proteger la ley o en proteger a sus vecinos ocultándolos en sus buhardillas, quedando expedientes comprometedores, entregándoles aceite de estraperlo, repartiendo su propia y escasa comida, o ayudándoles a cruzar fronteras nocturnas sin cuestionar su militancia, anteponiendo humanidad a la contienda política.

Melchor Rodriguez no estuvo solo en su decisión sobre las sacas, porque fue apoyado por miembros del cuerpo diplmático como el secretario del Cuerpo de Abogados Luis Zubillaga, el miembro del Tribunal Supremo Mariano Gomez y el secretario de Melchor y antiguo jefe de sevicio de la Modelo, Juan Batista, y miembros privados de la UGT y la CNT.

Entre las personas conocidas que sufrieron las tristemente famosas y conocidass “sacas” figura el dramaturgo Muñoz Seca, creador de Don Mendo, asi como Ricardo de la Cierva, y el hermano del autogiro Juan de la Cierva.

Del 7 de noviembre hasta el 4 de diciembre tuvieron lugar un total de 23 sacas
de presos desde cárceles madrileñas hacia Paracuellos donde se les asesinó y se les tiró a fosas comunes. Los autobuses debían sortear a las “milicias de etapa” que controlaban las carreteras de acceso a Madrid.

Melchor Rodríguez llegó a decir “Se puede morir por las ideas, nunca matar por ellas”, aunque hoy se sabe que las “sacas” no eran metodología de los socialistas ni de los anarquistas .

El 26 de septiembre de 1939 entró en la madrileña prisión de Ventas, la dirigente comunista Matilde Landa Vaz condenada a muerte, una mujer con estudios, joven y culta. Sufrió el trato habitual entonces para las presas, pero después consiguió de la directora del penal, Carmen Castro, que una celda fuera llamada “oficina de penadas”.

Era una especie de negociado en el que se ayudaba a otras presas condenadas a muerte como ella, en la que junto a otras presas escribía cartas, redactaba solicitudes o peticiones de indulto de compañeras analfabetas o sin conocimiento del sistema penal del régimen. Su labor se hizo tan popular que las rechusas llegaron a llamarla “la madre de las penadas”.
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Tras su fama y su negación a apoyar las peticiones de los que le habían recluido, la reclusa fue trasladada a la cárcel de Palma donde sufrió de nuevo maltrato y llegó al colapso mental y físico y acabó tirándose a la galería de la cárcel donde se le administró el bautismo, del que siempre había renegado.

Virgilio Valle pasaba las vacaciones en Palma del Rio donde los seminaristas se refugiaron en un cortijo, y al entrar en una casa v con el ejército republicano, donde estaba eventualmente, se encuentra unos expedientes de gente de su pueblo, que especificaban a gente que había desertado del bando “nacional”, lo que significaba en aquel momento pena de muerte. Al cabo de un tiempo y ayudado por su madre , quemó todos aquellos expedientes que hubieran supuesto la muerte de sus convecinos.

Aita Patxi, nombre por el que era conocido Victoriano Gondra, era capellán de un batallon de gudaris o soldados vascos cuando fueron hechos prisioneros al final de la campaña de Vizcaya y fueron a parar al campo de concentración de San Pedro de Cardeña, se ofreció a sustituir a un recluso que iban a fusilar al día siguiente aunque no era creyente.El director no se atrevió a fusilar a un sacerdote en ese momento, aunque lo hicieron después.

Patsi continuó ofreciendose a morir con los pelotones que iban a ser ejecutados y, cuando se le dijo que saliera contestó “si matan a estos pobres sin ningún juicio, que me maten también a mí”. Hubo asombro, vacilación, consultas y al fin, se evitó el fusilamiento.

 

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