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El tabaco y su áabrica
el tabac y su fábrica
eL tabaco y su fabrica
Antonio Machado Sanz
Otra vez más, los dos amigos habían acordado desayunar en el Café Comercial.
Y como siempre, Rafael llegó tarde, arrastrando su pierna.
Al verle aparecer con una mueca de enfado en su cara, Jacinto le preguntó.
-¿Estás peor de la rodilla?
-¡No!, -respondió Rafael-, es que he visto en la puerta a cuatro jóvenes fumando y me molesta el olor a tabaco.
-Pues a mí me dan envidia, -replicó su amigo- aunque hace ya más de diez años que, obligado por mi doctor, dejé de fumar, todavía recuerdo su aroma. ¡A propósito! la otra tarde al pasar por el número 53 de la calla Embajadores me fijé en la puerta de lo que ahora se llama Centro Social Autogestionado Tabacalera, un espacio abierto a toda clase de actividades, desde poesía hasta música en directo, pasando por pintura, fotografía y no sé cuántas cosas más. Estaba lleno de gente variopinta. Daba gusto ver a tanta juventud interesada por el arte y la sociedad.
Rafael, con cara de felicidad, olvidó su encuentro en la puerta del café con los fumadores y comentó.
-Estoy recordando ahora a las cigarreras, heroicas mujeres que soportaron el olor de las pacas de tabaco caliente, el polvo que despedían las picaduras después de u manipulación. Con la cara tapada parecían bandoleras. Sufrían multitud de desmayos por las altísimas temperaturas y la falta de renovación del aire.
Jacinto continuó la conversación, después de pedir otros dos cafés, diciendo;
-Sabías que, el edificio industrial de estilo neoclásico se construyó en tiempos de Carlos III, bajo la dirección de Manuel de la Ballina, discípulo de Juan de Herrera, finalizándolo en 1790 su hijo y sucesor Carlos IV, en un terreno que la corona compró a los clérigos de San Cayetano en 1781. Su primer nombre fue Real Fábrica de Aguardiente. Durante el reinado de José Bonaparte, además de fábrica de tabacos lo fue también de aguardientes, naipes y papel sellado, ante la necesidad de controlar algunos productos estancados para su monopolio real.
Y Rafael, sonriendo, dijo.
-¡Seguro que vendieron las patentes a la Condesa de Chinchón y a Don Eraclio Fournier!
.-¡Qué gracioso eres! -replicó Jacinto-. Pues acertaste, años más tarde les cedieron los permisos para la elaboración del aguardiente a la Condesa y la impresión de naipes para el juego a Don Eraclio. Napoleón Bonaparte acuarteló en la fábrica a parte de su tropa. No me extraña lo que hizo Napoleón, conociendo el temperamento que tenían las gentes de esos barrios reivindicativos, principalmente sus mujeres, la mayoría trabajaban en la Tabacalera y ya sabemos cómo las gastaban. José I volvió a poner en marcha el complejo fabril el 1º de abril de 1809, comenzando con setecientas cincuenta cigarreras. En 1853 eran ya casi tres mil y llegaron a seis mil trescientas en 1890, año en el que un incendio dejó sin trabajo a la totalidad de empleadas.
-Sí, pero la minoría de hombres copaban la dirección, -siguió Rafael- la administración, el almacén y el mantenimiento de la fábrica. Las cigarreras fueron unas adelantadas del movimiento obrero, ya que en el siglo XIX heredaban de sus madres y abuelas el oficio y su carácter. Casi todas vivían próximas al trabajo y su sueldo, aunque bajo, les permitía una cierta autonomía. Debido a sus reclamaciones, a mediados del siglo XIX, llegaron a tener una escuela-asilo para sus hijos y hasta una sala de lactancia-.
-La puerta del Centro autogestionado, precisamente, era la entrada de las cigarreras -comentó Jacinto– porque no sé si recordarás, pero la fábrica se cerró en el año 2000.
Dada la extensa charla de los dos amigos, decidieron dar por terminada la misma y se dirigieron, lentamente sus domicilios.
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